Piezas de puzzle que andan revueltas, insignificantes, amontonadas hasta que encuentran su hueco sin presionar, fácil, mágico, armonioso... para formar un todo, para colaborar en el equilibrio, para aportar en la belleza.
Así cada uno encuentra su lugar. Hay quien canta, hay quien va y viene, hay quien se esconde tras la copa de vino para observar, hay quien baila, quien habla con palabra profundas, quien se deja arrastrar... Yo sonrío. Todos envueltos por los mil colores de la música que suena incesante.
Entre lo planificado y lo improvisado el sol obediente es el único consciente del paso del tiempo. Aprovecha el verde de la montaña para diluirse, probablemente se sienta espía de un momento que no será un momento cualquiera para la mayoría que ensartan palabras, cantos y carcajadas. Y deja paso a la noche. Esa noche preñada de estrellas que yo juraría que puedo acariciar con solo estirar el brazo y ponerme bien de puntillas y que no puede ser más que un presagio de buenos augurios.
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