sábado, 24 de julio de 2010

El chef que miraba al cielo

El descubrimiento del italiano Gianni Rodari siempre lo he considerado un afortunado hallazgo. Sus historias escritas para niños rompiendo con el clasicismo de los cuentos tradicionales y el modo de desvelar los secretos de su escritura animando a todo aquel que lo quiera intentar a ponerse a prueba con un lápiz y un papel en blanco, es sin duda seña de identidad de un maestro experimentado y amante de su trabajo.
El binomio fantástico es una de las técnicas de creación literaria más conocidas de este autor. Escribes una lista de palabras, escoges dos que en la vida cotidiana nunca irian juntas en una misma frase y las dejas flirtear entre ellas para ver que surge.
Hoy se tropiezan conmigo chef y nubes, veamos a ver que ocurre.

Andrés era el mejor chef de la comarca. Disfrutaba entre fogones y sus platos eran la delicia de todos los habitantes del pueblo y de los alrededores. Incluso venían desde ciudades lejanas para probar algunos de sus experimentos: macarrones con virutas de ceras de colores, sopa de lacasitos, pez espada con helechos, peras en almíbar de serpiente…

Pero Andrés tenía otras aficiones como coleccionar conchas de mar, contar las baldosas de la acera con el mismo color o remendar calcetines agujereados en la parte que ocupa el dedo gordo del pié. Pero lo que más, lo que más, lo que más le gustaba a Andrés era tumbarse en el césped un día de sol y ver pasar las nubes imaginando divertidas formas con cada una de ellas. Podía pasar horas y horas y hasta días enteros mirando al cielo, inventando centenares de formas mientras el viento soplaba suavemente.

Uno de esos días mientras sentía la hierba fresca bajo sus pies y miraba al cielo decidió que le gustaría tener mucho más cerca esas nubes. Le encantaría poder olerlas y tocarlas. Es más, sería estupendo poder comerlas y poder agasajar a los visitantes de su restaurante con nubes de diferentes formas, colores, texturas y sabores.

Siendo uno de los mejores chef de la zona sabía que semejante desafío no se le podía resistir. Al igual que cuando se disponía a cocinar sus conocidos platos, Andrés pensó muy bien los pasos para la elaboración y los ingredientes que necesitaría para elaborar su receta de nubes. Cómo ingrediente estrella se encontraba el agua de lluvia que tuvo que recolectar en distintos momentos: un día de fuerte tormenta, otro de llovizna suave fruto de un día de calor bochornoso, uno más de granizos, incluso de un día en que el viento era tan fuerte que la lluvia caía de lado.

Todos los vecinos veían a Andrés muy atareado de un lado para otro, con el ceño fruncido y pensativo en todo momento. Lo conocían muy bien y sabía que pronto daría a conocer una nueva creación culinaria.

Al cabo de unas semanas Andrés comunicó que invitaba a todos sus clientes a la degustación de una nueva especialidad. A las 9 de la noche el restaurante estaba a rebosar, casi no cabía un alfiler.

Todo estaba preparado. Las cacerolas que contenían las distintas aguas de lluvia empezaron a hervir a borbotones y grandes nubes de vapor ascendían hacia el techo de la cocina. Era el momento en que Andrés encendía un curioso ventilador que había buscado para la ocasión con distintas velocidades y formas de dar vueltas. Abrió la puerta de la cocina y para asombro de todos empezaron a salir pequeñas nubes. Estas tenían distintas formas, tamaños y colores que dependían del agua de lluvia de las que procedían y de la forma de girar el ventilador. Andrés muy emocionado informó a sus comensales que debían de coger los palillos chinos disponibles en la mesa e ir alcanzando las nubes que les apeteciera.

Los invitados entre sorprendidos y emocionados comenzaron a cazar las diferentes formas volantes que salían de la cocina.

Los había muy hábiles con los palillos chinos y enseguida lograban hacerse con alguna de esas nubes. Otros un poco menos diestros solo conseguían que las nubes se colaran por encima de ellos y cambiaran de dirección. Pero al final todos se hicieron con una masa de vapor de agua para saborear.

Andrés, expectante miraba con mucha atención las caras de sus vecinos. Era muy importante que su experimento fuera bien recibido. No podía defraudar a sus clientes más fieles.

Con gran satisfacción observó como poco a poco iban sonriendo y asintiendo con la cabeza. Justo cuando los más hábiles se disponían a dar caza a otra nube algo empezó a ocurrir. Sonidos extraños y ensordecedores comenzaron a salir de la barriga de algunos de los asistentes. Otros empezaron a sudar tanto que una gran cantidad de gotas empezaron a mojar el suelo. Los había que empezaron a escupir pequeñas bolitas de nieve y hasta los que empezaron a andar de lado sin poder detenerse.

Andrés estaba muy confuso, no sabía que estaba ocurriendo. Había preparado con mucho cuidado los ingredientes, había planeado muy bien todos los pasos a seguir, se había lavado las manos con mucho esmero y hasta el momento todo estaba saliendo según lo esperado, pero evidentemente este desbarajuste no entraba dentro de sus previsiones. Nunca le había ocurrido algo así.

Paralizado por el asombro empezó a pensar las posibles causas pero no fue hasta el momento en que él se decidió a probar sus creaciones cuando comprendió lo que estaba sucediendo.

Tras cazar una de las nubes oscuras procedentes de agua de tormenta y masticarla lentamente un estruendo surgió dentro de su barriga. Una gran agitación y sonidos propios de las tormentas más fuertes. Con la siguiente nube rosada procedente del agua de un día de calor bochornoso empezó a sudar copiosamente. Al momento de comer una nubecilla azulada procedente de agua de granizo como si fueran palomitas de maíz, pequeñas bolitas de hielo empezaron a salir por su boca. Y no fue hasta después de comer la nube blanquecina del agua de un día con fuerte viento, cuando empezó a andar de lado sin poder parar ni un solo instante.

Poco a poco el efecto de las nubes comestibles se fue pasando y los comensales pudieron volver a su estado normal. Todos se miraban unos a otros hasta que sin poder aguantarlo más comenzaron a sonar distintas carcajadas. Todos empezaron a reírse de la situación. Risas y más risas que hacían que algunos llegaran hasta a tener lágrimas en los ojos o retorcerse en el suelo agarrándose la barriga.

Andrés al comprobar que sus vecinos estaban bien y que incluso él mismo lo estaba comenzó a reír también de buena gana. Todo había quedado en una divertida anécdota pero no podía olvidar el susto que había pasado. De momento se le habían pasado las ganas de experimentar con nuevos platos pero cuando volviera a hacerlo no olvidaría probarlos él primero.

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