viernes, 27 de agosto de 2010

La chica que aún leía cuentos

Paula es una niña curiosa e imaginativa. Sus coletas a los lados le hacen parecer traviesa pero cuando se sumerge en la lectura de sus cuentos, el ceño fruncido le dan aspecto responsable. Se muerde el labio inferior mientras devora las palabras que hablan de dragones y castillos, de princesas y brujas, de duendes y príncipes valerosos. Su madre la mira embelesada. Reconoce esa temprana afición a la lectura, al igual que se ve reflejada en los disfraces de su hija y en sus representaciones de las más fantásticas hazañas.
Paula crece entre libros y cuentos. Los guarda como su más bello tesoro y se pierde en sus pensamientos creyéndose princesa. Los ojos de madre son los únicos capaces de percibir los sutiles destellos que reflejan el abandono de la niñez. El sonrojo de sus mejillas al sumergirse en sus ensoñaciones. El tarareo de una canción de amor mientras se prueba unos vaqueros nuevos o los ojos tristes a la llegada de un paseo con amigos. Lo único que no cambia en Paula es su afición por la lectura de historias imposibles.
Tras quedarse pensativa un momento, su madre se acerca a Paula preocupada:
- Cariño, siempre he disfrutado viéndote leer cuentos. He reido con tus fantasias y he creído que no hacían mal a nadie. Pero te haces mayor y es importante que diferencies la realidad de la ficción... cariño, los príncipes azules no existen.
Paula mira muy seria e su madre y hasta siente compasión por ella.
- Mamá, no busco en los cuentos la forma de encontrar un príncipe sino que aprendo las artes para defenderme de dragones.

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