martes, 31 de agosto de 2010

Malos tiempos para el amor

Maria mira como Ana amamanta a su pequeña de tres meses. No deja de sorprenderse de este milagro de la vida. Como una vida da otra vida. Como después de nacer el lazo entre madre e hija sigue siendo un cordon umbilical invisible pero resistente y vital como el anterior.

Ana representa uno de los sueños de Maria. Es un canto a la esperanza de formar una familia fruto del amor donde la principal riqueza sea el cariño y el respeto. Maria se siente cursi solo de pensarlo. Acaba de contarle a Ana su verano de idas y venidas. Sus ligues y amores fugaces. Asegura que es feliz con su vida pero no deja de añorar los hijos que no tuvo cuando soñaba con hacerlo. No deja de pensar que ha perdido la capacidad de enamorarse. Ana la mira a los ojos y es capaz de leer más allá de sus palabras.

- No tengas prisa. No vendas tu alma. Llegar, llegará seguro, pero son malos tiempos para el amor verdadero.

sábado, 28 de agosto de 2010

La piedra que soñaba ser diferente

El río fluye alegre y cantarín al paso de un pequeño pedregal. Sus aguas claras y frías acarician los innumerables fragmentos rocosos acumulados con el tiempo. A simple vista todas las piedras son iguales: grises, angulosas, estáticas. Entre tanta caliza una piedra se sentía diferente, soñaba con ser diferentes. Sus hermanas piedras eran incapaces de apreciar esa sensibilidad. Sabían su misión en la vida que les había tocado vivir. Observaban el paso del tiempo, el cambio de estaciones, el fluir del río y no se preguntaban nada más. Tampoco a ella la veían diferente, no era más que una piedra.

El verano estaba siendo caluroso y el río había disminuido su caudal. El sol incidía directamente en cada una de las rocas que sentían como sus partículas se dilataban. El otoño se hizo de esperar pero su llegada fué contundente. Un fuerte viento azotaba las hojas de los árboles, las flores y arbustos y hacía vibrar cada uno de los rincones del pedregal. El invierno trajo consigo innumerables tormentas. La lluvia no cesaba de caer y el caudal del río creció de manera sorprendente. Un embiste del agua se llevó consigo a la piedra que se sentía diferente, que soñaba con ser diferente. Desconcertada al principio sintió como la fuerza del río la arrastraba dando tumbos de un lado para otro. Los golpes y las vueltas en el agua la hicieron caer en la cuenta de que había abandonado el pedregal para siempre. Era piedra y por tanto su destino estaba al merced del río. El paisaje allí arriba no modificaría con su ausencia. El cambio sería prácticamente imperceptible.

Las lluvias amainaron y el aumento en las horas de sol trajo consigo la primavera. La piedra que se sentía diferente seguía rodando pero cada vez de forma más tranquila. Los golpes eran menos y la velocidad había disminuido considerablemente.

Un día el trayecto llegó a su fin. De nuevo volvía a estar quieta. Se encontraba ante una inmensidad de agua salada y azul. Antes de que pudiera darse cuenta, su quietud se veía acariciada por un ir y venir de espuma blanca y cálida. Las olas que rompían en la orilla le hacían dar pequeños saltos, la atraían en un balanceo para devolverla junto a otras piedras de tamaños y colores infinitos. Ninguna piedra de las que alcanzaba a ver era igual que ella. Pero tampoco ella era como recordaba, como la imagen que tenía de sus hermanas piedras.

Unas risas infantiles y unos pasos presurosos se acercaban a la piedra que soñaba ser diferente. Unos deditos ágiles y jugetones rebuscaban a su alrededor hasta que fueron a toparse con ella. El niño de cuatro años la miraba con atención y sonreía. La acariciaba y sonreía satisfecho mientras buscaba a su alrededor. Hasta que de nuevo volvió a correr con ímpetu hacia la chica que tomaba el sol junto a su amiga y que había conocido horas antes entre juegos y bromas.

- Amiga, te he estado buscando. Toma, te traigo la luna en forma de piedra.

El niño entrega su luna particular. La chica recibe el recuerdo de unos juegos y unas risas. La piedra nunca más será una piedra cualquiera.

viernes, 27 de agosto de 2010

La chica que aún leía cuentos

Paula es una niña curiosa e imaginativa. Sus coletas a los lados le hacen parecer traviesa pero cuando se sumerge en la lectura de sus cuentos, el ceño fruncido le dan aspecto responsable. Se muerde el labio inferior mientras devora las palabras que hablan de dragones y castillos, de princesas y brujas, de duendes y príncipes valerosos. Su madre la mira embelesada. Reconoce esa temprana afición a la lectura, al igual que se ve reflejada en los disfraces de su hija y en sus representaciones de las más fantásticas hazañas.
Paula crece entre libros y cuentos. Los guarda como su más bello tesoro y se pierde en sus pensamientos creyéndose princesa. Los ojos de madre son los únicos capaces de percibir los sutiles destellos que reflejan el abandono de la niñez. El sonrojo de sus mejillas al sumergirse en sus ensoñaciones. El tarareo de una canción de amor mientras se prueba unos vaqueros nuevos o los ojos tristes a la llegada de un paseo con amigos. Lo único que no cambia en Paula es su afición por la lectura de historias imposibles.
Tras quedarse pensativa un momento, su madre se acerca a Paula preocupada:
- Cariño, siempre he disfrutado viéndote leer cuentos. He reido con tus fantasias y he creído que no hacían mal a nadie. Pero te haces mayor y es importante que diferencies la realidad de la ficción... cariño, los príncipes azules no existen.
Paula mira muy seria e su madre y hasta siente compasión por ella.
- Mamá, no busco en los cuentos la forma de encontrar un príncipe sino que aprendo las artes para defenderme de dragones.

jueves, 26 de agosto de 2010

Migajas

Ella agarra su mano con fuerza. Sabe con bastante seguridad que será la última vez que pueda hacerlo. Sabe también que nadie entiende porque se abraza a él y lo besa. Ella que siempre ha presumido de no conocer los celos, siente un nudo en el estómago y el fuego en las entrañas. Lo atrae hacia sí para retenerlo aún sabiendo con bastante seguridad que será la última vez que pueda hacerlo. Lo sabe porque hace tiempo que él no se pierde en su mirada, porque sus labios no se recrean en sus besos, sus manos no buscan con ansia su piel y porque sus te quieros ya no resuenan con el mismo eco, se han vuelto ligeros y automáticos.
"Sé que mañana dejarás de ser mio, pero al menos esta noche quiero creer que me quieres como siempre" le dice mientras lo envuelve entre sus brazos y recoge las migajas del amor que un día fue.

lunes, 23 de agosto de 2010

Momentos para coleccionar

Cuando aquella mañana me monté en el coche junto a mi padre camino a "quien sabe donde" el futuro se abría como un gran acantilado. La lluvia repiqueteaba en los cristales del coche mientras que en mi cabeza giraban millones de pensamientos sembrados de ilusión, miedo, incertidumbre...

Un pueblo pequeño perdido en la sierra de una mañana gris a cuatro horas de mi casa. Presentación en el trabajo y búsqueda de alojamiento del que iba a ser mi hogar durante unos cuantos meses. La cosa pintaba desalentadora hasta que apareció ella alegre y decidida para hacerlo todo fácil. Cuando me monté en su coche y escuché "Vetusta Morla" en su reproductor supe que estaba frente a una amistad que perduraría en el tiempo. Es como una señal que confirma la intuición.

La primera vez que vivía fuera de casa y allí estaba Luisi para hacerme un hueco en el mueble de la cocina o del baño para que me sintiera como en casa; para decirme como funcionaban las cosas en el trabajo o para ofrecerme un abrazo si por casualidad me sentía triste en algún momento. Eso dio paso a las conversaciones interminables en el pasillo con continuas promesas de encerrarnos en las habitaciones para estudiar antes de que alguna carcajada nos hiciera olvidarlas. O la excusa de fregar los platos o fumar en compañía para ir descubriendo un poco más de nuestros pensamientos complicados.

Cuando hace justo dos semanas le vi llegar desde mi balcón a la puerta de mi casa no me lo podía creer. "Hoy día no hay distancia que esté demasiado lejos, pronto nos veremos", me decía para consolarme cuando nos despedíamos hace poco más de un año sabiendo que se cerraba uno de los momentos más importantes de mi vida.

Y de nuevo todo volvía a ser fácil. Una cena y una copa en una terraza de verano no fueron suficientes para ponernos al día pero sí para comprobar nuestro estado de ánimo.

Luisi es especial. Es emprendedora y valiente. Es luchadora y coherente con sus ideas. Es idealista y divertida. Es protectora. Es lo más parecido a una hermana mayor que he conocido. Por eso a mi vuelta de estos días compartidos vuelvo a comprobar como piezas de mi que andaban sueltas vuelven a encajar en su sitio. Cómo de repente se ha cumplido la promesa que hizo al encontrarnos de que antes de que nos separáramos de nuevo, volvería a recuperar la alegría y la fuerza. Porque estar con Luisi es poder ser yo sin prejuicios. Reconocerme libre, auténtica y nueva a la vez. Porque estar juntas es aventura asegurada, risas, anécdotas... porque el universo conspira a nuestro favor para llenarnos de energía y revitalizar nuestros sueños.

Ahora, a las puertas de un nuevo rumbo, recordar todos estos momentos me da la fuerza suficiente para confiar en que todo saldrá bien, que el esfuerzo y las dificultades valen la pena porque siempre hay gente maravillosa que se cruza en tu camino para compartirlo. Personas que como Luisi siempre te proporcionan momentos inolvidables para coleccionar en tu memoria y llenan tu alma de gratitud hacia la vida.

martes, 10 de agosto de 2010

Los renglones torcidos de Dios

Podría decir que hace años que siento esta sensación: la de correr en una cinta estática para no llegar a ningún sitio. Hacer un gran esfuerzo personal para después solo obtener un gran cansancio. Tal vez la vida no me de lo que le pido porque se lo exijo como ajuste de cuentas en un asunto de honor. Andar, correr, sudar, desfallecer, correr, correr, correr... ¿Para? Para nada.
Tal vez la sentencia categórica de "para nada" tampoco sea justa. Todos sabemos los beneficios del deporte. Curte, moldea y te hace sentir el bienestar de las endorfinas liberadas, pero aún así no es suficiente.
Puedo hablar de años al referirme al tema de mi profesión. Esa lucha por un puesto fijo para el que sé que valgo, que me he preparado, que he invertido mi tiempo y mi esfuerzo y desde mi fuero interno reconozco que merezco. A cambio me tengo que conformar con un puesto itinerante en el que saboreo las mieles de mi acción profesional pero con la pizca agridulce de un reconocimiento que no termina de llegar.
En el ámbito sentimental la sensación es bastante similar. Un par de relaciones fallidas aunque intensas, una cantidad considerable de pretendientes y algunas relaciones esporádicas. Hombres atractivos, inteligentes, sensibles, agradables, interesantes pero no lo suficiente como para quedarse en mi vida. La ilusión invertida se transforma en decepción.
Y en el otro plano personal se encuentra los amigos. Si hago uso del tópico "un amigo es un tesoro" sinceramente me puedo considerar tremendamente rica. Tengo un montón de amigos con un valor incalculable. El pero está en los dos peligros de las relaciones: el tiempo y la distancia. Ver como el tiempo pasa, le sumas años a tu fecha de nacimiento, le añades las circunstancias y las responsabilidades de la vida adulta y como esto le resta dedicación a las amistades de toda la vida me sume en una tristeza irremediable. Esto a su vez unido a que la mayoría de estas relaciones importantes hay que mantenerlas a distancia con el inevitable deterioro de muchas de ellas. El esfuerzo por conservarlas intactas en ocasiones es inútil.
No es simplemente una visión pesimista de mi vida. El hilo de estas cavilaciones siempre me lleva a una frase que siempre me interroga: "los renglones torcidos de Dios". Se que soy afortunada y me siento agradecida por un sinfín de cosas pero no termino de entender la forma caprichosa en que la suerte da la cara. Probablemente nunca consiga hacerlo.