martes, 10 de agosto de 2010

Los renglones torcidos de Dios

Podría decir que hace años que siento esta sensación: la de correr en una cinta estática para no llegar a ningún sitio. Hacer un gran esfuerzo personal para después solo obtener un gran cansancio. Tal vez la vida no me de lo que le pido porque se lo exijo como ajuste de cuentas en un asunto de honor. Andar, correr, sudar, desfallecer, correr, correr, correr... ¿Para? Para nada.
Tal vez la sentencia categórica de "para nada" tampoco sea justa. Todos sabemos los beneficios del deporte. Curte, moldea y te hace sentir el bienestar de las endorfinas liberadas, pero aún así no es suficiente.
Puedo hablar de años al referirme al tema de mi profesión. Esa lucha por un puesto fijo para el que sé que valgo, que me he preparado, que he invertido mi tiempo y mi esfuerzo y desde mi fuero interno reconozco que merezco. A cambio me tengo que conformar con un puesto itinerante en el que saboreo las mieles de mi acción profesional pero con la pizca agridulce de un reconocimiento que no termina de llegar.
En el ámbito sentimental la sensación es bastante similar. Un par de relaciones fallidas aunque intensas, una cantidad considerable de pretendientes y algunas relaciones esporádicas. Hombres atractivos, inteligentes, sensibles, agradables, interesantes pero no lo suficiente como para quedarse en mi vida. La ilusión invertida se transforma en decepción.
Y en el otro plano personal se encuentra los amigos. Si hago uso del tópico "un amigo es un tesoro" sinceramente me puedo considerar tremendamente rica. Tengo un montón de amigos con un valor incalculable. El pero está en los dos peligros de las relaciones: el tiempo y la distancia. Ver como el tiempo pasa, le sumas años a tu fecha de nacimiento, le añades las circunstancias y las responsabilidades de la vida adulta y como esto le resta dedicación a las amistades de toda la vida me sume en una tristeza irremediable. Esto a su vez unido a que la mayoría de estas relaciones importantes hay que mantenerlas a distancia con el inevitable deterioro de muchas de ellas. El esfuerzo por conservarlas intactas en ocasiones es inútil.
No es simplemente una visión pesimista de mi vida. El hilo de estas cavilaciones siempre me lleva a una frase que siempre me interroga: "los renglones torcidos de Dios". Se que soy afortunada y me siento agradecida por un sinfín de cosas pero no termino de entender la forma caprichosa en que la suerte da la cara. Probablemente nunca consiga hacerlo.

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